
Hay días en los que algo dentro de nosotras se apaga… y, sin embargo, seguimos, sonreímos, respondemos, sostenemos… pero por dentro, algo cruje. A veces es apenas un susurro, otras, un grito ahogado que nadie escucha… y, sin darnos cuenta, nos acostumbramos a cargar sin pausa, a callar lo que duele, a creer que estar agotadas es normal.
Muchas veces sentimos que no somos capaces, pero seguimos aparentando que todo está bien. Y, sin darnos cuenta, esa carga se vuelve parte de nosotras, como una sombra que nos acompaña, que nos quita la calma… y que muchas veces preferimos callar para que no nos vean vulnerables.
Pero no estamos fallando por sentirnos así; no es debilidad, es humanidad; ser fuertes no significa no sentir, ser fuertes también es reconocer cuándo necesitamos parar. Y sí… es incómodo, porque muchas de nosotras aprendimos a cuidar de todos antes que de nosotras mismas, a ponernos siempre de últimas, a seguir cumpliendo… incluso cuando ya no queda nada. El cuerpo habla, el alma susurra.
Y empiezan a aparecer esas señales que tantas veces ignoramos, pero que hoy quiero que reconozcas con compasión:
🔸 Irritabilidad constante, incluso por cosas pequeñas
🔸 Sensación de estar en todas partes… y en ninguna
🔸 Insomnio o sueño excesivo, pero nunca descanso real
🔸 Desconexión emocional: ya no te emociona nada, incluso lo que antes amabas
🔸 Culpa al descansar, como si detenerte fuera fallar
🔸 Dolores físicos sin explicación médica clara: cabeza, espalda, pecho apretado
🔸 Esa frase que aparece en tu mente con frecuencia: “Esto no debería afectarme tanto…”
Te lo digo porque yo también lo he vivido; no escribo desde un lugar donde todo está resuelto, escribo desde el mismo banco del patio donde aún me siento a sentir, a soltar y a descubrirme paso a paso. He sentido ese cansancio que no se quita durmiendo, he sentido la presión de tener que sostener todo… incluso cuando lo que más necesitaba era sostenerme a mí misma.
Cuidarnos también es revolucionario; porque ya no se trata solo de resistir, sino de saber cuándo algo necesita parar… antes de romperse.
La invitación es clara y compasiva: no ignores las señales que tu cuerpo, tu mente y tu alma te están mostrando. Si te viste reflejada en alguna de estas alertas, no es casualidad; tal vez hoy sea el día de hablar, de soltar el peso, de pedir compañía, de darte un respiro sagrado.
Haz una pausa, habla con alguien, busca un espacio seguro y sobre todo, no sigas caminando sola cuando ya es hora de sentarte contigo misma.
Avance próxima columna Desde el patio: “Pedacitos de alegría diaria”. Una invitación íntima a redescubrir lo simple, lo pequeño, lo luminoso… como quien recoge flores en el patio cada mañana.